miércoles, 16 de marzo de 2011

Breve Historia de la Alameda de Hércules

La existencia del primitivo solar de la Alameda, mucho más amplio que el actual, se pierde en la noche de los tiempos. Durante la Reconquista, la zona fue conocida como La Laguna de la Feria, topónimo que se mantuvo desde el siglo XIII hasta el último tercio del XVI. El origen de la zona pantanosa, convertida en laguna durante los meses lluviosos y por las riadas del Guadalquivir, está vinculado al segundo brazo del río que se iniciaba a la altura de la Barqueta, atravesaba el actual trazado de la ciudad por la Alameda de Hércules, y seguía por las calles Amor de Dios y Trajano, plaza de la Campana, calles Sierpes y Tetuán, plaza Nueva, calles Barcelona, Gamazo, Harinas, Castelar y Arfe, hasta desembocar cerca de la Torre del Oro.

Los planos con las hipótesis de los recintos amurallados fijan las ciudades romanas y árabes al Este del segundo brazo del Guadalquivir desde el siglo II antes de Cristo hasta el siglo XII de nuestra era, cuando la cerca alcanzó su máximo perímetro en tiempos almorávides y almohades. Desde el siglo IX ya no aparece en los planos el segundo brazo del río, pero sí dos grandes lagunas en parte de su trazado, una en la zona de la Alameda y otra en el sector de la Pajería, actual calle Castelar.

El conde de Barajas, asistente de la ciudad en 1574, fue el creador del actual paseo. Entonces se rellenó con escombros la antigua laguna, llamada de la Feria por su cercanía al citado barrio macareno, y se plantaron alrededor álamos y se rotuló con el nombre de Alameda a secas. En 1830 comenzó a llamarse Alameda Vieja, y en 1845 se impuso el nombre actual de Alameda de Hércules, unificándose todos los topónimos que identificaban las zonas aledañas al paseo.

Cuando se urbanizó la antigua Laguna de la Feria, en 1574, se colocaron en la cabecera meridional del paseo dos grandes columnas traídas de los restos de un templo romano situado en la calle Mármoles. Sobre las columnas fueron colocadas dos estatuas realizadas por Diego de Pesquera, una dedicada a Hércules y otra a Julio César, el primero considerado fundador de la primitiva ciudad y el segundo su renovador urbano e impulsor de su auge socioeconómico y militar. La columna de Hércules fue dedicada al emperador Carlos V, y la de Julio César a Felipe II.

En 1764, el asistente Larumbe ordenó la renovación y mejora de la Alameda. Entonces se colocaron otras dos grandes columnas en la zona Norte del paseo, y sobre ellas los escudos de España y Sevilla.

La Alameda tuvo siempre frondosa arboleda, unas veces alrededor del paseo y otras en línea con el centro del arrecife. Asimismo, varias fuentes para el abastecimiento público. Ya en 1865 hay constancia del primer kiosco de agua, como en otras zonas de la ciudad, generalmente en plazas y paseos. En 1874 había varios kioscos instalados en la Alameda de Hércules. Y a finales del siglo XIX comenzaron los citados kioscos a vender refrescos y vinos, además del agua fresca en artesas y botijos. En 1903 fueron autorizados los kioscos a montar marquesinas para guarecer del sol y la lluvia a su clientela, generalmente familiar que llenaba el paseo en Primavera y Verano, durante las tardes y noches calurosas, y los domingos y festivos durante todo el día.

La vida de la Alameda tenía sus principales focos en los kioscos, que se complementaban con los espectáculos al aire libre de cine, cante y baile, murgas, concursos, calesitas infantiles, participados por el público en general, que en las horas de madrugada daba paso a la "segunda vida" de la zona, que estaba en los bares de alterne de los alrededores, los cabarés y las casas de citas. Había, pues, dos Alamedas, la diurna familiar, y la nocturna de juergas y sexo.

Los kioscos más populares tenían a su alrededor amplias plazas de veladores, sobre terreno cubierto de albero bien regado; grandes sombrillas y marquesinas, y una amplia oferta de bebidas y refrescos, sobre todo cervezas. También adornaban el perímetro de sus terrazas con arbustos en grandes macetones de barro vidriado o en barriles vacíos de cerveza convertidos en soportes. Por encima de las plazas de veladores solían tener cables con numerosas bombillas pequeñas de colores. Durante los días de veladas de San Juan y San Pedro, los días 23 y 24 la primera, y los días 28 y 29 la segunda del mes de junio, las bombillas eran cubiertas con farolillos y cadenetas de colores verde, rojo y blanco.

Los citados kioscos de bebidas más populares durante los años veinte, eran los de Ildefonso Cuesta, Juan Iglesia, Diego Prado, Manuel Trigo, Manuel Vigil y José Gavira Reyes. Casi todos los establecimientos tenían gramófonos que reproducían discos de cantes flamencos y canciones españolas. Las gentes llenaba las plazas de veladores y se agolpaba junto a los mostradores, para escuchar a través de potentes altavoces las voces de los míticos del cante jondo, como Antonio Chacón, Cepero, Manuel Torres, a los maestros de la guitarra Ramón Montoya y Niño Ricardo, a Conchita Piquer, la Niña de la Alfalfa, la Niña de los Peines o la Niña de la Puebla.

Alrededor de los kioscos y de los bares de alterne de las aceras de la Alameda de Hércules, como Casa Parrita, Bar Eureka, Bar Pitones, La Sacristía, Zapico, Casa Bordeta y otros, existía una amplísima y heterogénea gama de personajes: betuneros, vendedores de lotería y de rifas, fotógrafos al minuto con sus máquinas de cajón y trípode, vendedores de higos chumbos y de agua servida en vasos o en rezumantes botijos y artesas; músicos ambulantes, caricaturistas, niños y niñas ofreciendo jazmines, gitanas que decían la buenaventura con un gracejo cautivador, marisqueros con sus canastos repletos de gambas y camarones cubiertos con paños blancos mojados; vendedores de flores, de dulces, de barajas de naipes, de corbatas, de quincallas, de tabacos y cerillas.

Las murgas constituían los platos fuertes de las noches de la Alameda de Hércules, con dos sesiones, una familiar a primera hora de la noche, y otra golfa cercana la media noche. Los murguistas más populares fueron Regaera, Pérez, Taburete, Manolín...

Y no faltaban las celestinas, putas viejas, acompañando a las muchachas de las cercanas casas de citas. Otros personajes propios de la Alameda de Hércules eran las mariquitas que trabajaban en las citadas casas de mujeres de la vida, como la célebre Pepa la Gañafota, de larga, blanca y ondulada cabellera, siempre vestida con un babi blanco, que iba a los bares con una cafetera para servir a los clientes de sus pupilas.

Fuente: Diariodesevilla.com
http://www.diariodesevilla.es/article/sevilla/114280/la/nueva/alameda/hercules.html

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